hecho, aún hoy se sigue enseñando que Jesús vino al mundo para salvarnos, para redimir a
la humanidad de sus pecados, empezando por el pecado original con el que, según esa
doctrina tan maniquea, ya venimos manchados al mundo cuando nacemos, y que Jesús tuvo
que pagar con su muerte esa redención. No es extraño que quienes acaben percibiendo la
insensatez de esa doctrina salgan corriendo de una Iglesia que tales cosas enseña.
El Evangelio nos enseña otra cosa. Jesús siempre se refería a Dios con el título de “Padre”.
Un padre no condena a sus hijos a penas eternas ni exige sacrificios de muerte expiatorios.
La misión que Jesús asumía, y a la que convoca a sus seguidores, es la transformación de
mundo (venga a nosotros tu Reino), establecer el Reino de Dios en la Tierra (así en la
Tierra como en el Cielo). Tomar la cruz y seguirle significa implicarse como él en esa tarea
transformadora: salvar a la humanidad de sí misma, del daño que nos infringimos unos
humanos a otros, tratar a todos los seres humanos con amor, fraternidad (perdona nuestras
ofensas como también nosotros personamos a quienes nos ofenden). Su doctrina del
Sermón de la Montaña establece un tipo de comportamiento humano que rechaza toda
violencia, todo abuso, todo elitismo y explotación. Su aplicación significaría el fin de todas
las guerras, de todas las desigualdades, de todos los conflictos entre los seres humanos.
La teología no es inocente: en base a la teología tradicional elaborada a lo largo de siglos de
ignorancia se constituyó un determinado culto y un estamento clerical para gestionarlo.
Personas influidas por esa teología se aplicarán a su santificación personal, cumplirán fiel-
mente los preceptos cultuales y se esforzarán en recibir sacramentos de perdón y penitencia,
serán asiduas asistentes a misas, sermones, procesiones, peregrinaciones, rezarán mucho,
ayunarán en ocasiones establecidas y hasta es posible que se procuren un director espiritual.
Tal tipo de fieles católicos vivirán de espaldas a la problemática humana; a lo sumo darán
limosnas a los pobres y hasta es posible que algunos se impliquen en las tareas de organiza-
ciones de
C
áritas
,
pero sin fijarse co
m
o meta la supresión de las condiciones sociales que
generan la pobreza y la desigualdad. Jesús no vino a establecer ese tipo de religiosidad: ya
existía ese tipo humano antes de que él viniera, ya los esenios tenían un bautismo de
penitencia, y parece ser que en el culto de Mitra ya existía un rito eucarístico para fomentar
la cohesión de los miembros de su comunidad religiosa. El bautismo y la eucaristía que
Jesús estableció tenían, tienen, otra finalidad que luego veremos.
El servicio cultual a tal tipo de fieles postula un personal profesional dedicado a la gestión y
administración de la correspondiente liturgia. La jerarquía que elabora esa teología tradicio-
nal vive de ella, goza de un rango
,
un status superior al del laicado
,
es una figura pro
m
inente
en los actos de culto
,
se atribuye el poder de consagrar
,
perdonar pecados y ad
m
inistrar otros
sacramentos, se beneficia del auge de santuarios como Fátima o Covadonga y compiten por
promocionarse en el escalafón jerárquico de la institución religiosa. Jesús no vino a
establecer este estamento clerical, sacerdotal. Ya existía en su tiempo y su relación con él
no era precisamente cordial. Definía a esa gente como ciegos que guían a otros ciegos.
Por el contrario, los seguidores de Jesús según el espíritu del Evangelio se sienten convo-
cados, movilizados para cambiar el mundo de base. Les resulta insufrible que en el mundo
exista la opresión y desigualdad que existe entre los sexos, los pueblos, las clases sociales.
La organización del colectivo de esos seguidores de Jesús no asumirá formas y objetivos
cultuales sino de acción social para mejorar el mundo. La asamblea de la comunidad de
seguidores del Maestro no ha de tener carácter ritual, litúrgico; debe ser algo vivo, partici-
pativo. La eucaristía y la lectura del Evangelio deben ser rescatadas de la prisión ritual de la
m
isa en la que las su
m
ió la liturgia elaborada por el estamento clerical. La función de a
m
bos
elementos de la celebración comunitaria es la concienciación sobre la misión liberadora que
Jesús asigna a sus seguidores. Nos debe inspirar la confianza de caminar hacia esa forma de
seguir a Jesús en vez de preocuparnos por el declive de formas alienantes de religiosidad.